domingo, 16 de octubre de 2011

Las escalas del egoísmo


El único egoismo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor
(Jacinto Benavente
1866 - 1954)

Si montásemos en un avión, veríamos el mar de un maravilloso azul oscuro, plano y en calma. Si volásemos en un ala delta, en el mar aparecerían todo lo más unas manchitas blancas. La espuma de alguna ola que va a romper. Sin embargo, una vez en una playa cualquiera, a la orilla del océano, comprobaríamos como esa aparente calma se transforma en grandes olas, que rompen con estruendo.

Surge entonces la inevitable pregunta: ¿Cuál es el mar verdadero: el embravecido o el que está en calma? Y la respuesta: Ni uno ni otro, ya que la calma es una cualidad psicológica que otorga el observador, dependiendo de la distancia a la que se haya de lo percibido.

Hay padres que ponen a sus hijos nombres como Alejandro, César, Julio, Marco, Aníbal... pensando que son bonitos nombres de personajes históricos. Sin embargo, se horrorizarían al pensar en nombres como Adolf, Saddam u Osama para sus retoños.

Si preguntásemos a un contemporáneo de Alejandro Magno, podría contarnos que en realidad ese gran hombre, no fue más que un asesino que invadió ciudades violando y matando a quienes allí vivían. Qué decir de Julio Cesar, que en su conquista de las Galias arrasó con 1 millón de personas. Por no hablar de Aníbal, general cartaginés y su desastrosa travesía de los Alpes, con 20.000 bajas de su propio bando. ¡Que pregunten a las madres de los muertos!

En estos casos, las cualidades épicas y gloriosas aparecen al alejarnos de los hechos en el tiempo. Nada nos impide entonces pensar que dentro de un par de siglos, nuestros descendientes tendrán preciosos bebés de nombre Hitler.

Algo parecido sucede con un hecho tan cotidiano como es comer. Nos encanta la carne, pero nos horroriza ver como matan a bebes corderos, terneros o lechones. Tanto es así que si tuviéramos que matar con nuestra mano a lo que nos vamos a comer, muchas veces no lo haríamos. Comer carne obviando el sufrimiento que hay detrás, aún siendo un hecho cercano, de total relación causa-efecto, da que pensar.

Ignorar el sufrimiento que producen nuestros actos en otros seres parece ser la norma, no una excepción. Así, no nos importa demasiado que se haga trabajar a niños para coser nuestras flamantes zapatillas deportivas, ni que la fruta que comemos tengan un precio tan bajo debido a que hay personas que trabajan en condiciones de semiesclavitud. ¡Qué nos importa el sufrimiento de otros mientras obtengamos provecho de ellos y sobre todo, no les veamos!

Jhonny

Un general puede ordenar un ataque con misiles y bombas sobre ciudades enteras sin mayor problema. El está frente a un mapa del terreno, que es como un videojuego donde se mueven los "objetivos" que hay que eliminar. Llama al piloto del caza que a miles de metros de altura, mientras oye música, fija unas coordenadas y dispara tocando el enter. Además, él sólo sigue órdenes y a fin de mes, cobra por su trabajo. ¿Dónde está el problema?

En los mercados financieros sucede lo mismo. No es posible percibir el dolor de las personas que han perdido sus ahorros detrás de pantallas llenas de cifras verdes y rojas, porcentajes y gráficos. Lo importante es salvarnos nosotros, obtener beneficio de donde se pueda. Y si alguien tiene que quebrar... ¡qué demonios, que quiebre! Total, no hay ningún mal en algo que no se ve, no se huele, no se oye, no se siente ....

Se dice que el esclavismo fue abolido pero no es cierto. Las personas trabajamos obligadas por un sistema que sólo desea extraer el máximo provecho de nuestro esfuerzo. Quienes se benefician, no nos conocen y no les importa lo más mínimo lo que sintamos. Pero es que a nosotros tampoco nos importa lo que sientan ellos mientras podamos beneficiarnos mínimamente de este juego perverso.

¿Acaso no pensaron lo mismo quienes propiciaron la crisis?

El ser humano tiene un grave problema de percepción y negación, que le convierte en psicópata a la primera de cambio. Lo peor es que este comportamiento está en lo más íntimo de nuestra naturaleza. Y no va a cambiar.


sábado, 1 de octubre de 2011

Los aspirantes al poder

La semana pasada acudí a la sede de una conocida empresa para entrevistar a su consejero delegado. En la recepción, un guardia de Seguridad me dio un pase, pero se negó a dejarme acceder porque lo había colocado en el bolso en lugar de en el abrigo. Después de cambiarlo como me dijo, me pemitió entrar advirtiéndome de que no se me dejaría salir a menos que devolviese el pase sin daños. Al otro lado de la barrera, aguardaba el consejero delegado, todo encanto y cortesía.

El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe por completo, como escribió Lord Acton. Pero creo que no entendió la idea correctamente: el poder puede corromper, pero el poder absoluto corrompe mucho menos que el poder parcial, como demuestra el ejemplo del consejero delegado y el guardia. Esta tesis tiene el respaldo de un nuevo estudio que muestra que las personas que tienen algo de poder pero carecen de estatus pueden comportarse de forma desagradable y disfrutar humillando.

El estudio, que se publicará en el Journal of Experimental Social Psychology describe un experimento en el que se pidió a estudiantes que diesen órdenes a otros. Aquellos a los que se les había asignado papeles de bajo estatus solían disfrutar obligando a la gente a hacer cosas humillantes, mientras que los que tenían empleos con un estatus más alto, los trataban con más respeto.

La lectura de este experimento me recordó una cruel escena que tuvo lugar hace seis semanas en el aeropuerto de Heathrow. Había llegado muy pronto para acompañar a mi hijo que cogía un vuelo a EEUU, pero después de una interminable espera en el mostrador de Delta, descubrí que había olvidado conseguirle un visado electrónico. Ahí comenzó una carrera por el aeropuerto en busca de un ordenador con el que escribir la información y obtener finalmente el visado. Entonces, volvimos al mostrador, donde un hombre con walkie-talkies miraba su reloj. Quedaban 58 minutos para que despegara el avión, pero movió su cabeza: demasiado tarde. Mi hijo se echó a llorar. Yo supliqué e imploré y hasta habria ladrado con gusto como un perro. "Lo siento señora", dijo sin ninguna lástíma.

Prepotencia

Con esto no quiero decir que todos los que desempeñen trabajos de bajo estatus disfruten tratando con prepotencia a una madre histérica; algunos de ellos son extraordinariamente agradables. Sin embargo, existe un síndrome de modesta maldad que suele obviarse en la teoria del management. Se dice con frecuencia que la gente con altos cargos son unos bastardos, pero olvidamos que aquellos en los puestos más bajos lo pueden ser aún más.

Los investigadores exponen que la mejor forma de disuadir la tiranía en la parte baja de la jerarquia es asegurarse de que los empleos no carecen de porvenir y que se puede ascender. No estoy deacuerdo. La gente más desagradable con la que he trabajado eran gestores junior empeñados en escalar posiciones dentro de la empresa.

Recuerdo un hombre enconcreto para el que trabajé durante un tiempo. Sólo estaba un peldaño por encima de mí, pero solía disfrutar leyendo en alto mis torpes frases para regocijo del departamento. Ahora tiene un cargo muy importante y es mucho menos desagradable. Me lo encontré en una fiesta, e incluso hizo una broma a su costa.

Es cierto que no todos se vuelven más civilizados cuando escalan puestos. Es evidente que a Gordon Brown no le ablandó su experiencia en el poder. Tampoco a Joseph Stalin. Pero para la mayoría, el éxito parece implicar una mayor simpatía. Tienen más confianza en sí mismos. Sus trabajos son más interesantes y todos les hacen la pelota. Y si esto no basta para ablandarles, siempre queda el inmenso paquete salarial.

Eso no quiere decir que el poder absoluto haga buena a la gente mala. Es sencillamente que
hay menos necesidad de ser malo por placer.

Texto : Lucy Kellaway - Financial Times 1 Octubre 2011
Imagen: Carlos Múnera