domingo, 22 de octubre de 2017

Inversiones y otras hierbas




Comenzamos esta nueva serie de posts, hablando sobre inversiones económicas.

A raíz de la fiebre de las criptomonedas, he decidido abrir una cuenta en una
conocida casa de cambio y comprar algunos ETH.
Después de abrir la cuenta y mandar la documentación pertinente, se me
presentó una preciosa ventana con un gráfico histórico de la cotización del
cambio Bitcoin / USD.  En ella pude ver las herramientas chartistas
clásicas que cualquier broker bursátil pone en las manos de sus inversores, para
que "tomen decisiones de inversión".
En la práctica esto supone poner una pistola en las manos de un mono loco, pues las herramientas de análisis técnico bursátil, pretenden la ilusión de que
a partir de la información pasada vamos a conocer la tendencia futura de un valor.

Esto es simple y llanamente falso. Conducir un coche mirando al retrovisor, pensando que así adivinaremos en qué dirección estará la siguiente curva, es una locura.

Los brokers lo saben, las casas de cambio lo saben y cualquier inversor mínimanete formado lo sabe. Pero estas personas animan a los inversores noveles a que sientan que están a los mandos de poderosas herramientas que les permitirán acceder a la "libertad financiera" haciendo de pitonisos del mercado. Lo que subyace a todo esto es el negocio real de los brokers: obtener comisiones por cada operación de compra-venta.
A ellos les da igual si ganas o si pierdes. El broker siempre gana y gana más cuanto más muevas tu dinero de un sitio a otro. Por eso te dan la ilusión de control, la ilusión de que puedes predecir el futuro y así ganarás dinero.

Legalmente, todo broker está obligado a advertir a los inversores que "beneficios pasados no representan beneficios futuros". ¿Algún inversor ha hecho caso a esa advertencia?

Todo esto nos lleva a la segunda parte: ¿Hay alguna alternativa al mercado de valores? Mi tesis es un tanto atrevida, pero considero que merece la pena ser tenida en cuenta.

Para invertir dinero es necesario tener en cuenta el horizonte temporal de nuestra inversión así como el riesgo que estamos dispuestos a asumir.
Supongamos que queremos comprar 10.000€ en acciones de un banco con la esperanza de disponer de ese dinero, más los beneficios, dentro de 10 años.
¿Qué riesgo estamos dispuestos a asumir?
Podemos ver gráficas del Banco Santander y comprobar que hace 10 años su acción valía 4 € y actualmente (Agosto del 2017), vale 5,5 €.
Esto equivale a un beneficio de 3.750 € en 10 años, a los que habría que descontar la parte fiscal.

Evidentemente, podría suceder lo contrario y podríamos perder parte o toda la inversión en esos 10 años, si la empresa hubiese ido mal. Y eso es algo que, como hemos dicho, no podemos conocer de antemano.

Para evitar perder todo nuestro capital, se suelen emplear los STOP-LOSS, que son órdenes dadas a nuestro broker para deshacer la operación cuando el valor alcance cierto valor. En esta caso, supongamos un stop loss del 50%. Es decir: asumimos un riesgo de perder 5000€.



Equivalencia con la ruleta:

¿Por qué tenemos que esperar 10 años a obtener el resultado (positivo o negativo) de nuestra inversión? Si sabemos que no podemos predecir el futuro y que toda inversión subirá o bajará por causas externas a nuestra posibilidad de conocimiento, aceptaremos que toda inversión depende del azar.
Entonces, podemos usar un juego de azar para replicar el comportamiento de nuestra inversión. ¿Qué tal la ruleta?

En la ruleta, podemos apostar al rojo o al negro, teniendo en cuenta que hay un 49% de probabilidades de duplicar o perder la inversión realizada.

Inversión: 10.000 €  , stop-loss: 5.000€, horizonte de beneficio: 3.750€
Con estos datos, podemos hacer la siguiente apuesta en la ruleta:

3750 € al rojo

Si ganamos, obtenemos 3750 € de beneficio.
Si perdemos, perdemos 3750 €.

Si deseamos ajustar el riesgo a nuestro stop loss, deberemos entonces hacer
una única apuesta de 5.000 €.

¿Donde está el problema?
El problema de esta aproximación a las inversiones no es matemático, sino psicológico. Mantener una inversión en acciones durante 10 años, impide disponer de ese dinero para otras inversiones. No podemos malgastarlo.
Hacer una única apuesta en la ruleta, en un minuto, abre la posibilidad a dejarse llevar por las emociones y seguir apostando, dilapidando todo el dinero de la "inversión".

sábado, 26 de julio de 2014

El timo de la democracia


Se nos llena la boca diciendo que somos demócratas pensando que este sistema de elección política es el más perfecto de cuantos existen. Pero cuando nos detenemos a reflexionar cómo funciona la democracia, las cosas no parecen estar tan claras.

Por la forma de ejercer el poder puede ser: Constitucional, directa, semidirecta, formal, parlamentaria, presidencialista, popular, orgánica, soberana, deliberativa, participativa.

La votación podemos hacerla con el: Voto sustractivo, Regla de Hamilton, Sistema binominal, Escrutinio proporcional plurinominal, Escrutinio uninominal mayoritario, Representación proporcional mixta

Los votos los podemos repartir en escaños utilizando el: Sistema D'Hont, Cociente Droop, Cuota Hagenbach-Bischoff, Método del resto mayor, Método Sainte-Laguë, Método Imperiali, etc.

Para fabricar una democracia tenemos que elegir siempre 3 elementos de -al menos- 34 posibles. Haciendo una permutación sin repetición salen:
34!/ (34-3)! = 35904 tipos de democracia diferentes.

¿Por qué tanto lío? Porque, como demostró Arrow, las matemáticas de la democracia son imperfectas. No hay ningún sistema de elección justo.

http://es.wikipedia.org/wiki/Paradoja_de_Arrow.
 

Desgraciadamente, la democracia no es más que un bonito teatro. Sirve para timar a los ciudadanos, utilizando sus votos para conseguir el resultado electoral que se desea. Si no gusta, se cambia el "marco democrático" para contar los votos de forma que salga el resultado deseado. Y tan contentos.

Visto lo visto, yo me declaro demócrata orgánico de escrutinio uninominal mayoritario con reparto imperiali. Y lucharé a muerte contra todos los que no sean igual de demócratas que yo. Además seguro que son fachas. O rojos.

martes, 26 de noviembre de 2013

Análisis de causalidad entre dos sucesos

Las tinieblas impresionan a los sentidos tanto como la luz
 
A raíz de una intensa conversación con una amiga acerca de si un suceso puede ser causa de otro, salieron a colación tres argumentos. A pesar de que este artículo se aparta un poco de la temática general de este blog, pienso que puede resultar interesante.

PREGUNTA INICIAL

Primero sucede A, después sucede B.
No conocemos el funcionamiento de los elementos en A.
No conocemos como interaccionan los elementos desde A hasta B.
Nos preguntamos: ¿puede A ser la causa de B?


ARGUMENTOS A FAVOR DE LA CAUSALIDAD

El principio de parsimonia afirma que "Cuando dos o más explicaciones se ofrecen para un fenómeno, la explicación completa más simple es preferible; es decir, no deben multiplicarse las entidades sin necesidad".  Desde este punto de vista, si sólo observamos dos fenómenos (A y B), parecerá que no podemos más que aceptar que uno es causa del otro.

El conexionismo de Throndike afirma que la conexión estímulo-respuesta propicia el aprendizaje a partir de prueba y error, donde las respuestas correctas vienen a imponerse sobre otras debido a gratificaciones.Si sólo observamos dos fenómenos (A y B), y el suceso B nos beneficia o perjudica de algún modo, aprenderemos que A es la causa de B.

Contingencia es la propiedad de aquello que puede o no puede ser. No es algo necesario, ni es algo imposible, sino que es un estado de potencial ambivalencia.Así, si consideramos que A podría ser, y simultáneamente podría no ser causa de B, dejamos la puerta abierta a que, aplicando el principio de parsimonia, la posibilidad de que A sea causa de B, exista.

ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA CAUSALIDAD


Parsimonia

El principio de parsimonia habla de explicaciones completas de fenómenos. Cuando conocemos la causa de algo, debemos elegir la explicación más simple y elegante. Pero esto sólo sucede cuando podemos explicar completamente el fenómeno.  Como en este caso operamos sin conocer de qué forma interactúan y reaccionan los elementos en A, no podemos aplicar este principio.

Cuando un elemento interactúa con otro elemento, suceden reacciones físicas, químicas y en su caso, biológicas. Se conocen las rutas metabólicas por las que un elemento pasa por el cuerpo humano y sus reacciones sobre éste. Un pequeño resumen puede verse en:

Rutas metabólicas del cuerpo humano

La explicación simple y elegante será la que explique completamente el fenómeno, no una que no lo explica en absoluto. En Biología sucede lo mismo que en Derecho: el hecho de no conocer sus leyes no exime de su cumplimiento.
Conexionismo

Si tratamos los sucesos A y B sin atender a lo que sucede realmente durante su interacción, aprenderemos que A es causa de B. Sin embargo, caemos en un error de generalización al pensar que A siempre causara B, cuando realmente lo aprendido es que A aparentemente ha causado B, cierto numero de veces.

Si hacemos un estudio científico (aleatorio, doble ciego, correlacionando variables, etc.) y obtenemos un resultado mayor al esperado por el azar, tendremos un buen punto de partida para seguir investigando, tomando como posible  la relación causa-efecto.

Si por el contrario, la correlación no supera al azar, tendremos que concluir que uno no es causa de otro, o que es una manifestación del efecto placebo.

Contingencia

La contingencia de un hecho pasa a ser imposibilidad si analizamos la relación entre sus elementos.  No es posible que algo que no ocurre con mayor probabilidad que el azar, y que está en contradicción con todo lo conocido acerca de dicho fenómeno, sea su causa.


Referencias: 
  

domingo, 20 de octubre de 2013

El lobo y el presagio





Cierto día levantándose un lobo muy de mañana vio una señal favorable, y dijo: "Esto es de muy buen agüero. Doy gracias a los cielos, pues hoy me hartaré a mi gusto." Así, pues, se fue muy contento a buscar aventuras. 

Halló en el camino mucha manteca de puerco, que se había caído a unos arrieros, y volviéndola y revolviéndola, la olió muchas veces, y dijo:
-"No comeré hoy de ti, porque sueles descomponerme el vientre, y estoy cierto que hoy tendré mejor comida, según el pronóstico de esta mañana."
Un poco más adelante halló una lonja de tocino salado y seco, oliendo el cual, dijo:
-"No comeré hoy de ti, pues estoy cierto que hallaré cosa mejor."

Bajando después a un valle, halló una yegua con su hijo, y dijo entre sí:
-"Gracias al cielo, ya sabía yo que hoy había de hartarme de buena comida", y llegándose a la yegua, le dijo: "Vengo muy cansado: tengo hambre, y me habrás de dar a tu hijo, para que le coma."

La yegua respondió:
-"Haz lo que gustares; pero, señor, ayer caminando se me hincó una espina en este pie, ruégote, que pues eres cirujano afamado, me la saques y cures primero, y después te comerás a mi hijo."
Creyendo esto el lobo, se llegó al pie de la yegua para sacarle la espina, y ella le dió tan grande coz en la frente, que dio con él en el suelo, y librándose así del lobo, se fue con su hijo a la montaña. El lobo recobrando los sentidos, dijo:
-"No hago caso de esta injuria, pues que hoy espero hartarme", y continuó su camino.

Apenas hubo andado un poco, halló dos carneros que pacían en un prado, y dijo entre sí:
-"Ahora sí, que comeré a mi gusto"; y llegándose a ellos les dijo: "Preparaos, pues me vaya comer a uno de vosotros."
-"Haz lo que quieres", respondió uno de ellos, "pero te suplicamos que primero des una sentencia justa en el pleito que tenemos sobre este prado, que fue de nuestro padre, y no sabemos cómo partirlo entre los dos, por lo que reñimos todos los días."
-"Haré con mucho gusto lo que me suplicáis", respondió el lobo, "mas quisiera que me dijéseis antes en qué término queréis se haga la división."
Entonces dijo el otro carnero:
-"Señor, ya que preguntas el modo, a mí me parece que no se debe partir, sino que te pongas en medio del prado; nosotros estaremos uno en cada extremo, correremos ambos a un tiempo, y aquél que llegare a ti primero le darás el prado, y el otro te lo comerás cuando quieras."
-"Hágase así", dijo el lobo, "me parece bien".
Fuéronse los carneros cada uno a su extremo, y corriendo con gran ímpetu al centro del prado donde estaba el lobo, le dieron los dos a un tiempo tan fuerte golpe, que el lobo cayó en el suelo, quebrantadas las costillas y medio muerto; pero poco después volvió en sí, y dijo:
-"Ni aún debo hacer caso de esta otra injuria, pues he de hartarme hoy, según el vaticinio."

Llegando en esto a la orilla de un río, halló una puerca con sus hijos que estaba paciendo, y dijo:
-"Bendito sea este día, ya sabía yo que hoy había de hartarme a mi satisfacción." Enseguida intimó a la puerca le entregase sus hijos.
-"Señor", respondió ella, "haz lo que quieras; pero deben lavarse y limpiarse primero, según costumbre que tenemos. A
sí te ruego, que pues la fortuna te ha traído aquí, tú mismo los laves, y después escoge de ellos los que más te agraden."
El lobo entonces tomó un lechón y se inclinó en la orilla del río para meterlo en el agua y lavarlo; pero la puerca acercándose de pronto por detrás, le dio tan gran empujón que lo arrojó al río, y arrebatado de la impetuosa corriente, fue a dar en un molino, de donde salió muy lastimado. Al fin con mucho trabajo pudo escapar de aquel peligro, y dijo:
-"Grande ha sido este infortunio, mas no hay que arredrarse, pues este día debe ser sin duda afortunado."

En esto pasó cerca de un lugar, donde vio unas cabras que brincaban muy alegres en un prado, y llegando a ellas les dijo que iba a escoger una para comérsela.
-"Bien está", respondieron ellas, "pero antes cántanos alguna cosa, pues deseamos oír esa voz que tanto alaban todos por suave y melodiosa."
El lobo que era no poco presumido, comenzó a aullar todo cuanto podía. Los aldeanos oyendo los aullidos salieron con armas y perros, y le dieron tantos golpes, que quedó casi muerto.

En fin pudo librarse de los perros, y debilitado y herido se puso a descansar debajo de un árbol, prorrumpiendo en estas quejas:

 -"¡Oh cielos, cuántos males! ¡Cuántos infortunios he padecido hoy! Yo soy el culpado; porque ¿quién me hizo despreciar la manteca de puerco que hallé en el camino, y desechar asimismo la carne salada, sino mi soberbia y vanidad?
Si yo no he aprendido jamás cirugía ¿por qué quise curar a la yegua?
Si yo no he saludado las leyes, ¿quién me metió a juzgar el pleito de los carneros? Si no he sido jamás comadre, ni lavandera, ¿por qué quise lavar en el río los cochinos? ¡Oh Júpiter, arroja desde tu trono un rayo sobre mi cabeza!"


A esta sazón había un hombre encima de un árbol, limpiando y cortando algunas ramas, y oyendo las palabras del lobo, le tiró el hacha con que limpiaba el árbol, y lo hirió en el espinazo; el lobo alzando la cabeza, dijo:
-"¡Oh Júpiter, qué pronto has oído mi súplica!"

No se debe creer en agüeros, pues son vanas señales que siempre engañan.Ni se debe confiar mucho en los principios lisonjeros, pues algunas veces los fines son adversos. 

(Esopo. 620 - 564 a.C.)

sábado, 28 de septiembre de 2013

Calzonazos




Cuando usamos dinero,
adquirimos productos o servicios. 
Un producto es algo que ha hecho otra persona,
y un servicio es algo que nos hace otra persona.  
Por tanto, no queremos dinero;
queremos que alguien haga algo para nosotros.
 
¿Cómo conseguir que alguien haga cosas para nosotros?

  • Asegurándole que le devolveremos el favor en el futuro.
  • Usando la violencia.
  • Aumentando su deseo por algo que poseemos.
Así:
  • Un vecino nos riega las flores porque piensa que nosotros le cuidaremos su hamster en vacaciones. 
  • Un cajero nos da la recaudación por miedo a que le disparemos con un arma.
  • Un drogadicto hará cualquier cosa por conseguir su dosis. 
  • Un calzonazos hará cosas para su mujer porque ella aumenta su deseo sexual, pero sólo le permite aliviarlo cuando a ella le interesa.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

La tartamudez no es una enfermedad

A veces me canso de que repetir a la gente que no estoy nervioso, que no pienso más rápido de lo que hablo, que no me pasa nada. Simplemente, soy tartamudo. Y no, no hay cura, porque hasta donde se conoce, no es una enfermedad. Otra cosa es que me ponga enfermo al ver a la gente reaccionando con caras raras a mi manera peculiar de hablar.

Por eso, me he tomado la licencia de poner aquí un artículo de mi buen amigo Cristobal Loriente, para los que sintáis curiosidad sobre el tema.

La tartamudez no es una enfermedad

¿Qué es la tartamudez? ¿Cuál o cuáles sus causas? ¿Por qué los tartamudos tartamudean sólo en situaciones de diálogo y no cuando están solos? ¿Y por qué lo hacen casi siempre con su nombre y no con otras palabras menos comprometidas? Éstas son algunas de las preguntas que la ciencia aún no es capaz de responder para desesperación de investigadores y tartamudos. Pues bien, el profesor Cristóbal Loriente Zamora -doctor en Sociología, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, profesor de Sociología y Antropología Social en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y autor de la tesis doctoral  La tartamudez como fenómeno sociocultural: una alternativa al modelo biomédico y del libro Antropologia de la tartamudez. Etnografía y propuestas (Bellaterra, 2007)- nos acerca a este fenómeno y al drama de miles de personas estigmatizadas que son además innecesariamente medicadas por el mero hecho de tener un patrón de habla diferente. Cuando la tartamudez no es ni una enfermedad mental ni, como comúnmente se cree, consecuencia del nerviosismo, la inseguridad o la existencia de un trauma psicológico sino que está inscrita en las profundidades de quienes la portan siendo simplemente algo tan singular como la zurdera de los zurdos.

 “La disfemia –vocablo que designa el patrón de habla tartamudo- ha sido, y continúa siendo un enigma para los foniatras, para los investigadores y para los propios enfermos”. Enigma que supone “la desesperación del médico, la oportunidad de los charlatanes y la vergüenza de la Foniatría”. Así de contundente se mostraba el doctor Jorge Perelló, el investigador español más destacado del siglo pasado en esta materia. Y es que a pesar de su complejidad -o precisamente por ella- las ciencias biomédicas que han estudiado este fenómeno -principalmente la Otorrinolaringología, la Foniatría, la Psicología y la Logopedia- han propuesto explicaciones de distinta naturaleza que conviene analizar críticamente a fin de lograr la necesaria dignificación que requiere la tartamudez.

Infiero que la mayor de los lectores habrá conocido a algún tartamudo a lo largo de su vida -en el trabajo, la escuela, el instituto, la universidad, etc.- y que, posible sonrisa o carcajada que les pudiera provocar aparte, sus esfuerzos y gestos por sacar las palabras les habrán dejado perplejos preguntándose sobre la causa. Y como la mayoría de las personas tartamudean en ciertas situaciones sociales –principalmente cuando están nerviosas o ante una gran audiencia- infiero igualmente que habrán pensado que los tartamudos sufren simplemente ese nerviosismo o inseguridad en mayor medida. Bueno, pues tal extrapolación es un error. Es como pensar que los zurdos utilizan la mano izquierda porque tienen la derecha ocupada. O que los enanos lo son porque siempre vistieron ropa pequeña. O que los homosexuales lo son porque nunca disfrutaron de una buena compañía heterosexual. Y es que hay que dejar claro que la tartamudez de los “fluidos” –esto es, de los que normalmente hablan con fluidez- nada tiene que ver con la de los tartamudos. La “tartamudez de los tartamudos” no es consecuencia del nerviosismo, la inseguridad o la existencia de un trauma psicológico, su tartamudez está inscrita en las profundidades de quienes la portan por lo que es tan singular como la zurdera de los zurdos, el enanismo de los enanos, el gigantismo de los gigantes, la homosexualidad de los homosexuales o la ancianidad de los ancianos. Como bien escribía una tartamuda en un foro virtual: “Soy nerviosa, lo admito, pero ha llegado un punto en el que no aguanto que asocien mi tartamudeo a mi carácter. No es que sea nerviosa, ni soy tan lista que pienso más rápido que hablo, ni soy impaciente, ni estoy permanentemente en situaciones de estrés, ni cansada, ni en exámenes; ni soy inquieta, ni ansiosa... Soy tartamuda. Simple y llanamente”.

Dolorosa Estigmaticación

En suma, la “tartamudez de los tartamudos” –que en lo sucesivo llamaré tartamudez a secas- es única, singular y en cierto modo inevitable. El problema es que en su día la Medicina la concibió e interpretó como un conjunto de síntomas –es decir, un síndrome- que debían tratarse médicamente y cuya etiología -causa o causas- fue variando según el paradigma dominante de cada época. Y así se hablaría de descompensación humoral, lengua anatómica y funcionalmente patógena, personalidad anómala, impulsos nerviosos irregulares, consecuencia de fijaciones anales u orales todavía no resueltas, genes defectuosos, presión comunicativa excesiva, etc. Hasta llegar a nuestros días en que el DSM-IV-TR -el manual de obligada referencia para el diagnóstico de las enfermedades mentales- de la American Psychiatric Association de Estados Unidos establece que se trata de un “desorden mental”. Más concretamente un trastorno de la comunicación. En otras palabras, la biblia de los psiquiatras clasifica la tartamudez como enfermedad mental. Nada menos. Simplemente ¡porque no consiguen detectar ninguna anormalidad en el aparato fonador, neuromuscular o respiratorio del tartamudo!
Es decir, que se ha diagnosticado y clasificado como conducta anómala propia de una enfermedad mental porque sus síntomas no parecen obedecer a disfunción fisiológica alguna. Con lo que la tartamudez, a causa de esa decisión arbitraria de algunos miembros de la clase médica, ha sido estigmatizada dañando grave y gratuitamente a los tartamudos. Destacados sociólogos -como Erving Goffman o Peter Fiedler- así lo denunciarían recordando que un estigma es “la posesión de un atributo socialmente desacreditador” y que los tartamudos han sido claramente estigmatizados al crearse un estereotipo sobre su singularidad absolutamente humillante y cruel. Estereotipo según el cual los tartamudos son personas nerviosas, introvertidas, inseguras, tensas, tímidas cuyo origen está en las investigaciones que la Biomedicina llevó a cabo durante el siglo pasado. “El hecho de concebir al tartamudo como una persona nerviosa, insegura o que tiene miedo a hablar –explico en la tesis doctoral que con el título La tartamudez como fenómeno sociocultural: una alternativa al modelo biomédico publiqué recientemente- es consecuencia de las teorías que consideran la tartamudez como una afección de origen nervioso; suponer o sospechar que un tartamudo es una persona traumatizada (o con algún tipo de trauma de origen infantil) es fruto de las teorías de corte psicoanalítico o psicodinámico; asociar el patrón de habla tartamudo y la personalidad es el resultado de las investigaciones de la Psicología psicométrica; y por último, quienes consideran que el tartamudo presenta irregularidades neurológicas con consecuencias en la coordinación de sistemas, movimientos y similares se basan en las investigaciones científicas que arrancan en 1929 en la Universidad de Iowa (EEUU)”.

En suma, clasificar la tartamudez como síndrome patológico y, en concreto, como desorden mental ha generado un estereotipo que ha estigmatizado injustamente a los tartamudos. Y nadie es ajeno al mismo porque como el estereotipo es omnipotente y omnipresente la comunidad tartamuda siempre estará acompañada de una sombra que la condena al ostracismo o, como ellos mismos denuncian, a lamuerte social. Se trata además de un estigma que termina penetrando lenta pero insidiosamente en la psique del tartamudo hasta constituir su centro de gravedad, especialmente en las edades en las que la persona es más débil como la adolescencia y la juventud.

¿Y cómo repercute el estigma en el estigmatizado? ¿En qué se traduce? Pues en sufrimiento. Porque estigma es sinónimo de sufrimiento. Todas las investigaciones -incluidas las de personalidades como Corcoran y Stewart- reconocen que éste preside la vida cotidiana de todo tartamudo. Transcribo el testimonio en un foro de uno muy atormentado -que a mi juicio representa el estado de ánimo de gran parte de la comunidad tartamuda joven o adolescente- como simple muestra: “Hola a todos. He escrito en anteriores ocasiones. Me llamo Roberto, tengo veinte años y tartamudeo desde siempre. Ya estoy harto de todo esto. Muchas veces se me pasean ideas suicidas por la cabeza. Nunca lo he intentado pero creo que si en alguna ocasión en que estuve mal hubiese tenido un arma seguro que me volaba la cabeza. Sé que necesito ayuda psicológica pero, bueno, tampoco la he buscado. Estoy muy inconforme con esta forma de vida. He llorado muchísimo por esto, como todos ustedes, pero yo casi he arrojado la toalla. No puedo hacer nada. Yo creo que ser tartamudos nos ha arruinado la vida a todos nosotros. Por lo menos yo nunca seré feliz. Adiós”.

¿Son o no estas palabras ejemplo de cómo el sufrimiento de las personas que tartamudean puede llegar a transformarse a lo largo de la vida en dolor existencial, en un dolor que puede perturbar la realidad subjetiva y afectar a la identidad tanto como el dolor físico? “La aparición del dolor es una amenaza temible para el sentimiento de identidad” porque “el dolor induce a la renuncia parcial de sí mismo, a la continencia por la que se apuesta en las relaciones sociales”, escribe David Le Breton en su obra Antropología del dolor. Añadiremos que es cierto que el dolor existencial tiene muchas caras pero todas impiden o dificultan la consecución de objetivos vitales como la formación académica, el matrimonio o el trabajo. En suma, la tartamudez se ha convertido en un grave impedimento para satisfacer las necesidades vitales del tartamudo por el simple hecho de que se le ha estigmatizado gratuita e injustamente.

Cabe añadir que la clasificación de la tartamudez como “enfermedad mental” –algo tan absurdo como improcedente- ha llevado además a que los tartamudos sea considerados unos enfermos a los que hay que “tratar” médicamente; es decir, con fármacos. Un auténtico dislate porque tras siglos de hipótesis -más o menos disparatadas- para explicar el “fenómeno” a día de hoy los “expertos” siguen sin saber las “causas” de la “enfermedad”. Y sin conocer la causa de una enfermedad es imposible afrontarla. Luego hacer ingerir fármacos a los tartamudos es un sinsentido.
Recordemos de hecho que la mera definición de tartamudez ha sido ya tan variada que autores como Culatta y Goldberg manifiestan con ironía: “Si reuniéramos a diez logopedas tendríamos once definiciones de tartamudez”.

La tartamudez no tiene tratamiento médico

En definitiva, debemos afirmar con rotundidad que tratar la tartamudez médicamente carece de sentido. Francois Le Huche explica en su obra "La tartamudez, opción curación", la existencia de ¡más de 200 tratamientos! sin que ninguno haya demostrado mayor eficacia terapéutica que unplacebo. En ese sentido la Agenciade Evaluación de Tecnologías Sanitarias de la Junta de Andalucía llevó a cabo precisamente en el año 2007 un magnífico trabajo sobre la eficacia de los tratamientos de la tartamudez y su conclusión fue tan clara como concisa: “No se han encontrado intervenciones para la tartamudez claramente eficaces en términos de resultados relacionados objetivamente con el habla” (el trabajo puede consultarse en www.juntadeandalucia.es/salud/contenidos/aetsa/pdf/tartamudez_def2.pdf).

Todo indica pues que investigadores, profesores, padres y tartamudos intuyen que la tartamudez no tiene cura pero pocos se atreven a manifestarlo porque saben que el mayor deseo del tartamudo es superar su problema. Como saben que medicalizarla no ha servido para que los tartamudos mejoren sino para estigmatizarlos al haber decidido considerarlos personas con un “problema mental”. La medicalización les ha perjudicado sin beneficio de ningún tipo. De ahí que en consonancia con el movimiento desmedicalizador que comenzara en 1975 Iván Illich parezca sensato desmedicalizar la tartamudez ya, de inmediato. Y concebirla simplemente como lo que es: una manifestación de la diversidad humana exenta de patología que por tanto no debe ser estigmatizada. Los investigadores Conrad y Scheiner lo tienen claro: “La ‘desmedicalización’ aparece cuando el problema deja de definirse en términos médicos y no se conciben los tratamientos clínicos como directamente relevantes para la solución del problema”.
Ha llegado el momento de que la sociedad entienda y asuma que la tartamudez no es una enfermedad sino una singularidad de nuestra especie que exige ser respetada y dignificada. Como todas las singularidades.

Es hora pues de que quienes aún se mofan de los tartamudos y hacen chistes fáciles con ellos abandonen esa actitud. Reírse de las peculiaridades de otro ser humano es algo abyecto y despreciable. Y los tartamudos son personas sanas e inteligentes con una singularidad que simplemente les dificulta la comunicación con los demás (si no tienen la paciencia necesaria para esperar unos segundos más de lo habitual).



Cristóbal Loriente Zamora 
Doctor en Sociología, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, profesor de Sociología y Antropología Social en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y autor de la tesis doctoral  La tartamudez como fenómeno sociocultural: una alternativa al modelo biomédico y del libro Antropologia de la tartamudez. Etnografía y propuestas (Bellaterra, 2007)