martes, 26 de noviembre de 2013

Análisis de causalidad entre dos sucesos

Las tinieblas impresionan a los sentidos tanto como la luz
 
A raíz de una intensa conversación con una amiga acerca de si un suceso puede ser causa de otro, salieron a colación tres argumentos. A pesar de que este artículo se aparta un poco de la temática general de este blog, pienso que puede resultar interesante.

PREGUNTA INICIAL

Primero sucede A, después sucede B.
No conocemos el funcionamiento de los elementos en A.
No conocemos como interaccionan los elementos desde A hasta B.
Nos preguntamos: ¿puede A ser la causa de B?


ARGUMENTOS A FAVOR DE LA CAUSALIDAD

El principio de parsimonia afirma que "Cuando dos o más explicaciones se ofrecen para un fenómeno, la explicación completa más simple es preferible; es decir, no deben multiplicarse las entidades sin necesidad".  Desde este punto de vista, si sólo observamos dos fenómenos (A y B), parecerá que no podemos más que aceptar que uno es causa del otro.

El conexionismo de Throndike afirma que la conexión estímulo-respuesta propicia el aprendizaje a partir de prueba y error, donde las respuestas correctas vienen a imponerse sobre otras debido a gratificaciones.Si sólo observamos dos fenómenos (A y B), y el suceso B nos beneficia o perjudica de algún modo, aprenderemos que A es la causa de B.

Contingencia es la propiedad de aquello que puede o no puede ser. No es algo necesario, ni es algo imposible, sino que es un estado de potencial ambivalencia.Así, si consideramos que A podría ser, y simultáneamente podría no ser causa de B, dejamos la puerta abierta a que, aplicando el principio de parsimonia, la posibilidad de que A sea causa de B, exista.

ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA CAUSALIDAD


Parsimonia

El principio de parsimonia habla de explicaciones completas de fenómenos. Cuando conocemos la causa de algo, debemos elegir la explicación más simple y elegante. Pero esto sólo sucede cuando podemos explicar completamente el fenómeno.  Como en este caso operamos sin conocer de qué forma interactúan y reaccionan los elementos en A, no podemos aplicar este principio.

Cuando un elemento interactúa con otro elemento, suceden reacciones físicas, químicas y en su caso, biológicas. Se conocen las rutas metabólicas por las que un elemento pasa por el cuerpo humano y sus reacciones sobre éste. Un pequeño resumen puede verse en:

Rutas metabólicas del cuerpo humano

La explicación simple y elegante será la que explique completamente el fenómeno, no una que no lo explica en absoluto. En Biología sucede lo mismo que en Derecho: el hecho de no conocer sus leyes no exime de su cumplimiento.
Conexionismo

Si tratamos los sucesos A y B sin atender a lo que sucede realmente durante su interacción, aprenderemos que A es causa de B. Sin embargo, caemos en un error de generalización al pensar que A siempre causara B, cuando realmente lo aprendido es que A aparentemente ha causado B, cierto numero de veces.

Si hacemos un estudio científico (aleatorio, doble ciego, correlacionando variables, etc.) y obtenemos un resultado mayor al esperado por el azar, tendremos un buen punto de partida para seguir investigando, tomando como posible  la relación causa-efecto.

Si por el contrario, la correlación no supera al azar, tendremos que concluir que uno no es causa de otro, o que es una manifestación del efecto placebo.

Contingencia

La contingencia de un hecho pasa a ser imposibilidad si analizamos la relación entre sus elementos.  No es posible que algo que no ocurre con mayor probabilidad que el azar, y que está en contradicción con todo lo conocido acerca de dicho fenómeno, sea su causa.


Referencias: 
  

domingo, 20 de octubre de 2013

El lobo y el presagio





Cierto día levantándose un lobo muy de mañana vio una señal favorable, y dijo: "Esto es de muy buen agüero. Doy gracias a los cielos, pues hoy me hartaré a mi gusto." Así, pues, se fue muy contento a buscar aventuras. 

Halló en el camino mucha manteca de puerco, que se había caído a unos arrieros, y volviéndola y revolviéndola, la olió muchas veces, y dijo:
-"No comeré hoy de ti, porque sueles descomponerme el vientre, y estoy cierto que hoy tendré mejor comida, según el pronóstico de esta mañana."
Un poco más adelante halló una lonja de tocino salado y seco, oliendo el cual, dijo:
-"No comeré hoy de ti, pues estoy cierto que hallaré cosa mejor."

Bajando después a un valle, halló una yegua con su hijo, y dijo entre sí:
-"Gracias al cielo, ya sabía yo que hoy había de hartarme de buena comida", y llegándose a la yegua, le dijo: "Vengo muy cansado: tengo hambre, y me habrás de dar a tu hijo, para que le coma."

La yegua respondió:
-"Haz lo que gustares; pero, señor, ayer caminando se me hincó una espina en este pie, ruégote, que pues eres cirujano afamado, me la saques y cures primero, y después te comerás a mi hijo."
Creyendo esto el lobo, se llegó al pie de la yegua para sacarle la espina, y ella le dió tan grande coz en la frente, que dio con él en el suelo, y librándose así del lobo, se fue con su hijo a la montaña. El lobo recobrando los sentidos, dijo:
-"No hago caso de esta injuria, pues que hoy espero hartarme", y continuó su camino.

Apenas hubo andado un poco, halló dos carneros que pacían en un prado, y dijo entre sí:
-"Ahora sí, que comeré a mi gusto"; y llegándose a ellos les dijo: "Preparaos, pues me vaya comer a uno de vosotros."
-"Haz lo que quieres", respondió uno de ellos, "pero te suplicamos que primero des una sentencia justa en el pleito que tenemos sobre este prado, que fue de nuestro padre, y no sabemos cómo partirlo entre los dos, por lo que reñimos todos los días."
-"Haré con mucho gusto lo que me suplicáis", respondió el lobo, "mas quisiera que me dijéseis antes en qué término queréis se haga la división."
Entonces dijo el otro carnero:
-"Señor, ya que preguntas el modo, a mí me parece que no se debe partir, sino que te pongas en medio del prado; nosotros estaremos uno en cada extremo, correremos ambos a un tiempo, y aquél que llegare a ti primero le darás el prado, y el otro te lo comerás cuando quieras."
-"Hágase así", dijo el lobo, "me parece bien".
Fuéronse los carneros cada uno a su extremo, y corriendo con gran ímpetu al centro del prado donde estaba el lobo, le dieron los dos a un tiempo tan fuerte golpe, que el lobo cayó en el suelo, quebrantadas las costillas y medio muerto; pero poco después volvió en sí, y dijo:
-"Ni aún debo hacer caso de esta otra injuria, pues he de hartarme hoy, según el vaticinio."

Llegando en esto a la orilla de un río, halló una puerca con sus hijos que estaba paciendo, y dijo:
-"Bendito sea este día, ya sabía yo que hoy había de hartarme a mi satisfacción." Enseguida intimó a la puerca le entregase sus hijos.
-"Señor", respondió ella, "haz lo que quieras; pero deben lavarse y limpiarse primero, según costumbre que tenemos. A
sí te ruego, que pues la fortuna te ha traído aquí, tú mismo los laves, y después escoge de ellos los que más te agraden."
El lobo entonces tomó un lechón y se inclinó en la orilla del río para meterlo en el agua y lavarlo; pero la puerca acercándose de pronto por detrás, le dio tan gran empujón que lo arrojó al río, y arrebatado de la impetuosa corriente, fue a dar en un molino, de donde salió muy lastimado. Al fin con mucho trabajo pudo escapar de aquel peligro, y dijo:
-"Grande ha sido este infortunio, mas no hay que arredrarse, pues este día debe ser sin duda afortunado."

En esto pasó cerca de un lugar, donde vio unas cabras que brincaban muy alegres en un prado, y llegando a ellas les dijo que iba a escoger una para comérsela.
-"Bien está", respondieron ellas, "pero antes cántanos alguna cosa, pues deseamos oír esa voz que tanto alaban todos por suave y melodiosa."
El lobo que era no poco presumido, comenzó a aullar todo cuanto podía. Los aldeanos oyendo los aullidos salieron con armas y perros, y le dieron tantos golpes, que quedó casi muerto.

En fin pudo librarse de los perros, y debilitado y herido se puso a descansar debajo de un árbol, prorrumpiendo en estas quejas:

 -"¡Oh cielos, cuántos males! ¡Cuántos infortunios he padecido hoy! Yo soy el culpado; porque ¿quién me hizo despreciar la manteca de puerco que hallé en el camino, y desechar asimismo la carne salada, sino mi soberbia y vanidad?
Si yo no he aprendido jamás cirugía ¿por qué quise curar a la yegua?
Si yo no he saludado las leyes, ¿quién me metió a juzgar el pleito de los carneros? Si no he sido jamás comadre, ni lavandera, ¿por qué quise lavar en el río los cochinos? ¡Oh Júpiter, arroja desde tu trono un rayo sobre mi cabeza!"


A esta sazón había un hombre encima de un árbol, limpiando y cortando algunas ramas, y oyendo las palabras del lobo, le tiró el hacha con que limpiaba el árbol, y lo hirió en el espinazo; el lobo alzando la cabeza, dijo:
-"¡Oh Júpiter, qué pronto has oído mi súplica!"

No se debe creer en agüeros, pues son vanas señales que siempre engañan.Ni se debe confiar mucho en los principios lisonjeros, pues algunas veces los fines son adversos. 

(Esopo. 620 - 564 a.C.)

sábado, 28 de septiembre de 2013

Calzonazos




Cuando usamos dinero,
adquirimos productos o servicios. 
Un producto es algo que ha hecho otra persona,
y un servicio es algo que nos hace otra persona.  
Por tanto, no queremos dinero;
queremos que alguien haga algo para nosotros.
 
¿Cómo conseguir que alguien haga cosas para nosotros?

  • Asegurándole que le devolveremos el favor en el futuro.
  • Usando la violencia.
  • Aumentando su deseo por algo que poseemos.
Así:
  • Un vecino nos riega las flores porque piensa que nosotros le cuidaremos su hamster en vacaciones. 
  • Un cajero nos da la recaudación por miedo a que le disparemos con un arma.
  • Un drogadicto hará cualquier cosa por conseguir su dosis. 
  • Un calzonazos hará cosas para su mujer porque ella aumenta su deseo sexual, pero sólo le permite aliviarlo cuando a ella le interesa.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

La tartamudez no es una enfermedad

A veces me canso de que repetir a la gente que no estoy nervioso, que no pienso más rápido de lo que hablo, que no me pasa nada. Simplemente, soy tartamudo. Y no, no hay cura, porque hasta donde se conoce, no es una enfermedad. Otra cosa es que me ponga enfermo al ver a la gente reaccionando con caras raras a mi manera peculiar de hablar.

Por eso, me he tomado la licencia de poner aquí un artículo de mi buen amigo Cristobal Loriente, para los que sintáis curiosidad sobre el tema.

La tartamudez no es una enfermedad

¿Qué es la tartamudez? ¿Cuál o cuáles sus causas? ¿Por qué los tartamudos tartamudean sólo en situaciones de diálogo y no cuando están solos? ¿Y por qué lo hacen casi siempre con su nombre y no con otras palabras menos comprometidas? Éstas son algunas de las preguntas que la ciencia aún no es capaz de responder para desesperación de investigadores y tartamudos. Pues bien, el profesor Cristóbal Loriente Zamora -doctor en Sociología, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, profesor de Sociología y Antropología Social en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y autor de la tesis doctoral  La tartamudez como fenómeno sociocultural: una alternativa al modelo biomédico y del libro Antropologia de la tartamudez. Etnografía y propuestas (Bellaterra, 2007)- nos acerca a este fenómeno y al drama de miles de personas estigmatizadas que son además innecesariamente medicadas por el mero hecho de tener un patrón de habla diferente. Cuando la tartamudez no es ni una enfermedad mental ni, como comúnmente se cree, consecuencia del nerviosismo, la inseguridad o la existencia de un trauma psicológico sino que está inscrita en las profundidades de quienes la portan siendo simplemente algo tan singular como la zurdera de los zurdos.

 “La disfemia –vocablo que designa el patrón de habla tartamudo- ha sido, y continúa siendo un enigma para los foniatras, para los investigadores y para los propios enfermos”. Enigma que supone “la desesperación del médico, la oportunidad de los charlatanes y la vergüenza de la Foniatría”. Así de contundente se mostraba el doctor Jorge Perelló, el investigador español más destacado del siglo pasado en esta materia. Y es que a pesar de su complejidad -o precisamente por ella- las ciencias biomédicas que han estudiado este fenómeno -principalmente la Otorrinolaringología, la Foniatría, la Psicología y la Logopedia- han propuesto explicaciones de distinta naturaleza que conviene analizar críticamente a fin de lograr la necesaria dignificación que requiere la tartamudez.

Infiero que la mayor de los lectores habrá conocido a algún tartamudo a lo largo de su vida -en el trabajo, la escuela, el instituto, la universidad, etc.- y que, posible sonrisa o carcajada que les pudiera provocar aparte, sus esfuerzos y gestos por sacar las palabras les habrán dejado perplejos preguntándose sobre la causa. Y como la mayoría de las personas tartamudean en ciertas situaciones sociales –principalmente cuando están nerviosas o ante una gran audiencia- infiero igualmente que habrán pensado que los tartamudos sufren simplemente ese nerviosismo o inseguridad en mayor medida. Bueno, pues tal extrapolación es un error. Es como pensar que los zurdos utilizan la mano izquierda porque tienen la derecha ocupada. O que los enanos lo son porque siempre vistieron ropa pequeña. O que los homosexuales lo son porque nunca disfrutaron de una buena compañía heterosexual. Y es que hay que dejar claro que la tartamudez de los “fluidos” –esto es, de los que normalmente hablan con fluidez- nada tiene que ver con la de los tartamudos. La “tartamudez de los tartamudos” no es consecuencia del nerviosismo, la inseguridad o la existencia de un trauma psicológico, su tartamudez está inscrita en las profundidades de quienes la portan por lo que es tan singular como la zurdera de los zurdos, el enanismo de los enanos, el gigantismo de los gigantes, la homosexualidad de los homosexuales o la ancianidad de los ancianos. Como bien escribía una tartamuda en un foro virtual: “Soy nerviosa, lo admito, pero ha llegado un punto en el que no aguanto que asocien mi tartamudeo a mi carácter. No es que sea nerviosa, ni soy tan lista que pienso más rápido que hablo, ni soy impaciente, ni estoy permanentemente en situaciones de estrés, ni cansada, ni en exámenes; ni soy inquieta, ni ansiosa... Soy tartamuda. Simple y llanamente”.

Dolorosa Estigmaticación

En suma, la “tartamudez de los tartamudos” –que en lo sucesivo llamaré tartamudez a secas- es única, singular y en cierto modo inevitable. El problema es que en su día la Medicina la concibió e interpretó como un conjunto de síntomas –es decir, un síndrome- que debían tratarse médicamente y cuya etiología -causa o causas- fue variando según el paradigma dominante de cada época. Y así se hablaría de descompensación humoral, lengua anatómica y funcionalmente patógena, personalidad anómala, impulsos nerviosos irregulares, consecuencia de fijaciones anales u orales todavía no resueltas, genes defectuosos, presión comunicativa excesiva, etc. Hasta llegar a nuestros días en que el DSM-IV-TR -el manual de obligada referencia para el diagnóstico de las enfermedades mentales- de la American Psychiatric Association de Estados Unidos establece que se trata de un “desorden mental”. Más concretamente un trastorno de la comunicación. En otras palabras, la biblia de los psiquiatras clasifica la tartamudez como enfermedad mental. Nada menos. Simplemente ¡porque no consiguen detectar ninguna anormalidad en el aparato fonador, neuromuscular o respiratorio del tartamudo!
Es decir, que se ha diagnosticado y clasificado como conducta anómala propia de una enfermedad mental porque sus síntomas no parecen obedecer a disfunción fisiológica alguna. Con lo que la tartamudez, a causa de esa decisión arbitraria de algunos miembros de la clase médica, ha sido estigmatizada dañando grave y gratuitamente a los tartamudos. Destacados sociólogos -como Erving Goffman o Peter Fiedler- así lo denunciarían recordando que un estigma es “la posesión de un atributo socialmente desacreditador” y que los tartamudos han sido claramente estigmatizados al crearse un estereotipo sobre su singularidad absolutamente humillante y cruel. Estereotipo según el cual los tartamudos son personas nerviosas, introvertidas, inseguras, tensas, tímidas cuyo origen está en las investigaciones que la Biomedicina llevó a cabo durante el siglo pasado. “El hecho de concebir al tartamudo como una persona nerviosa, insegura o que tiene miedo a hablar –explico en la tesis doctoral que con el título La tartamudez como fenómeno sociocultural: una alternativa al modelo biomédico publiqué recientemente- es consecuencia de las teorías que consideran la tartamudez como una afección de origen nervioso; suponer o sospechar que un tartamudo es una persona traumatizada (o con algún tipo de trauma de origen infantil) es fruto de las teorías de corte psicoanalítico o psicodinámico; asociar el patrón de habla tartamudo y la personalidad es el resultado de las investigaciones de la Psicología psicométrica; y por último, quienes consideran que el tartamudo presenta irregularidades neurológicas con consecuencias en la coordinación de sistemas, movimientos y similares se basan en las investigaciones científicas que arrancan en 1929 en la Universidad de Iowa (EEUU)”.

En suma, clasificar la tartamudez como síndrome patológico y, en concreto, como desorden mental ha generado un estereotipo que ha estigmatizado injustamente a los tartamudos. Y nadie es ajeno al mismo porque como el estereotipo es omnipotente y omnipresente la comunidad tartamuda siempre estará acompañada de una sombra que la condena al ostracismo o, como ellos mismos denuncian, a lamuerte social. Se trata además de un estigma que termina penetrando lenta pero insidiosamente en la psique del tartamudo hasta constituir su centro de gravedad, especialmente en las edades en las que la persona es más débil como la adolescencia y la juventud.

¿Y cómo repercute el estigma en el estigmatizado? ¿En qué se traduce? Pues en sufrimiento. Porque estigma es sinónimo de sufrimiento. Todas las investigaciones -incluidas las de personalidades como Corcoran y Stewart- reconocen que éste preside la vida cotidiana de todo tartamudo. Transcribo el testimonio en un foro de uno muy atormentado -que a mi juicio representa el estado de ánimo de gran parte de la comunidad tartamuda joven o adolescente- como simple muestra: “Hola a todos. He escrito en anteriores ocasiones. Me llamo Roberto, tengo veinte años y tartamudeo desde siempre. Ya estoy harto de todo esto. Muchas veces se me pasean ideas suicidas por la cabeza. Nunca lo he intentado pero creo que si en alguna ocasión en que estuve mal hubiese tenido un arma seguro que me volaba la cabeza. Sé que necesito ayuda psicológica pero, bueno, tampoco la he buscado. Estoy muy inconforme con esta forma de vida. He llorado muchísimo por esto, como todos ustedes, pero yo casi he arrojado la toalla. No puedo hacer nada. Yo creo que ser tartamudos nos ha arruinado la vida a todos nosotros. Por lo menos yo nunca seré feliz. Adiós”.

¿Son o no estas palabras ejemplo de cómo el sufrimiento de las personas que tartamudean puede llegar a transformarse a lo largo de la vida en dolor existencial, en un dolor que puede perturbar la realidad subjetiva y afectar a la identidad tanto como el dolor físico? “La aparición del dolor es una amenaza temible para el sentimiento de identidad” porque “el dolor induce a la renuncia parcial de sí mismo, a la continencia por la que se apuesta en las relaciones sociales”, escribe David Le Breton en su obra Antropología del dolor. Añadiremos que es cierto que el dolor existencial tiene muchas caras pero todas impiden o dificultan la consecución de objetivos vitales como la formación académica, el matrimonio o el trabajo. En suma, la tartamudez se ha convertido en un grave impedimento para satisfacer las necesidades vitales del tartamudo por el simple hecho de que se le ha estigmatizado gratuita e injustamente.

Cabe añadir que la clasificación de la tartamudez como “enfermedad mental” –algo tan absurdo como improcedente- ha llevado además a que los tartamudos sea considerados unos enfermos a los que hay que “tratar” médicamente; es decir, con fármacos. Un auténtico dislate porque tras siglos de hipótesis -más o menos disparatadas- para explicar el “fenómeno” a día de hoy los “expertos” siguen sin saber las “causas” de la “enfermedad”. Y sin conocer la causa de una enfermedad es imposible afrontarla. Luego hacer ingerir fármacos a los tartamudos es un sinsentido.
Recordemos de hecho que la mera definición de tartamudez ha sido ya tan variada que autores como Culatta y Goldberg manifiestan con ironía: “Si reuniéramos a diez logopedas tendríamos once definiciones de tartamudez”.

La tartamudez no tiene tratamiento médico

En definitiva, debemos afirmar con rotundidad que tratar la tartamudez médicamente carece de sentido. Francois Le Huche explica en su obra "La tartamudez, opción curación", la existencia de ¡más de 200 tratamientos! sin que ninguno haya demostrado mayor eficacia terapéutica que unplacebo. En ese sentido la Agenciade Evaluación de Tecnologías Sanitarias de la Junta de Andalucía llevó a cabo precisamente en el año 2007 un magnífico trabajo sobre la eficacia de los tratamientos de la tartamudez y su conclusión fue tan clara como concisa: “No se han encontrado intervenciones para la tartamudez claramente eficaces en términos de resultados relacionados objetivamente con el habla” (el trabajo puede consultarse en www.juntadeandalucia.es/salud/contenidos/aetsa/pdf/tartamudez_def2.pdf).

Todo indica pues que investigadores, profesores, padres y tartamudos intuyen que la tartamudez no tiene cura pero pocos se atreven a manifestarlo porque saben que el mayor deseo del tartamudo es superar su problema. Como saben que medicalizarla no ha servido para que los tartamudos mejoren sino para estigmatizarlos al haber decidido considerarlos personas con un “problema mental”. La medicalización les ha perjudicado sin beneficio de ningún tipo. De ahí que en consonancia con el movimiento desmedicalizador que comenzara en 1975 Iván Illich parezca sensato desmedicalizar la tartamudez ya, de inmediato. Y concebirla simplemente como lo que es: una manifestación de la diversidad humana exenta de patología que por tanto no debe ser estigmatizada. Los investigadores Conrad y Scheiner lo tienen claro: “La ‘desmedicalización’ aparece cuando el problema deja de definirse en términos médicos y no se conciben los tratamientos clínicos como directamente relevantes para la solución del problema”.
Ha llegado el momento de que la sociedad entienda y asuma que la tartamudez no es una enfermedad sino una singularidad de nuestra especie que exige ser respetada y dignificada. Como todas las singularidades.

Es hora pues de que quienes aún se mofan de los tartamudos y hacen chistes fáciles con ellos abandonen esa actitud. Reírse de las peculiaridades de otro ser humano es algo abyecto y despreciable. Y los tartamudos son personas sanas e inteligentes con una singularidad que simplemente les dificulta la comunicación con los demás (si no tienen la paciencia necesaria para esperar unos segundos más de lo habitual).



Cristóbal Loriente Zamora 
Doctor en Sociología, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, profesor de Sociología y Antropología Social en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y autor de la tesis doctoral  La tartamudez como fenómeno sociocultural: una alternativa al modelo biomédico y del libro Antropologia de la tartamudez. Etnografía y propuestas (Bellaterra, 2007)

jueves, 14 de febrero de 2013

¿Por qué me quieres Andrés?




Existen muchas dificultades para comprender que lo que en nuestra vida cotidiana llamamos afecto no es otra cosa que la ayuda que necesitamos de los demás para sobrevivir. Esta dificultad radica en que se suele pensar que el afecto es un fenómeno no material, intangible y no mesurable, lo que provoca numerosos errores y prejuicios, porque no es verdad.

Comprender y aprender que el afecto es un fenómeno material, tangible y cuantificable cambia radicalmente la forma de afrontar nuestras relaciones afectivas y posibilita la solución a numerosos problemas derivados de los desequilibrios afectivos.

Por ejemplo, si prestamos ayuda a nuestra pareja o a nuestros hijos lo llamamos amor o cariño, si prestamos ayuda a un amigo lo llamamos afecto o amistad y si ayudamos a desconocidos lo llamamos ayuda o solidaridad.

Sea cual sea la palabra que utilicemos, siempre nos estamos refiriendo a una misma clase de hechos. Quizás la palabra más general y más amplia, a nuestro entender, que los designa sea ayuda,  aunque es de libre elección escoger otra cualquiera.

Ayudar siempre significa realizar un esfuerzo en beneficio de otra persona. Cuando ayudamos a otra persona o a otro ser vivo, lo hacemos consumiendo una cantidad de nuestra energia (de ahi el esfuerzo) que transferimos, en parte, a la otra persona (de ahí su beneficio).

Constatamos que sin la ayuda de los demás los seres humanos no podemos sobrevivir y que esta ayuda adopta la forma de afecto, amor, cariño, solidaridad, amistad, cuidados, atención, etcétera, según el contexto y el tipo de ayuda proporcionada.

No se puede ayudar telepáticamente o simplemente con la intención, ya que no nos sirve de nada que cientos o miles de personas quieran ayudarnos si ninguna de ellas hace el más mínimo esfuerzo por nosotros.

Es muy importante puntualizar que no toda transferencia de energía entre dos seres vivos es afecto.
Para destruir a un ser vivo también hay que hacer un trabajo sobre él, un esfuerzo.Pero esta clase de trabajo no es afecto, ya que no beneficia a quien lo recibe.

Es decir, sólo es afecto aquel trabajo realizado sobre otro ser vivo que aumenta sus probabilidades de supervivencia. Si todo acto de ayuda implica una pérdida de energía de quien ayuda y una ganancia de energía de quien recibe, la pérdida y la ganancia se manifiestan en una disminución y un aumento respectivo de las probabilidades de supervivencia de cada uno.

En la naturaleza nada es gratuito y el afecto, como un hecho de la naturaleza (trabajo), no escapa a esta terrible ecuación. Ésta es la razón por la que existen tantos problemas en las relaciones afectivas.


Si el afecto fuera algo espiritual (no material) no existiría ningún problema para que todo el mundo pudiera disfrutarlo sin limites. Pero la experiencia cotidiana nos enseña que el afecto es muy escaso en las relaciones humanas y la razón no es otra que el hecho de que el afecto es simple y llanamente una transferencia física y real de energía, trabajo y vida, y que tal transferencia está sujeta a todos los límites impuestos por las leyes de la naturaleza.

Ésta es la razón por la que muchas personas adultas no pueden ofrecer afecto a los demás, debido a que su capacidad de trabajo, de resolver problemas y de enfrentarse a las dificultades es muy escasa y ni siquiera cubre sus propias necesidades.

La imposibilidad de sobrevivir por si mismos la contrarrestan recibiendo energía y vida de otros congéneres, quienes pagan, sufren y acarrean los costes físicos y reales de tal ayuda. Si bien es cierto que podemos ayudar a los nuestros sin poner en serio riesgo nuestra salud y supervivencia, también es verdad que si tal ayuda no se realiza con cautela puede suceder muy fácilmente (como de hecho ocurre) que el balance entre la ayuda recibida y la proporcionada esté muy desequilibrado, lo que conduce a graves perjuicios en la salud psíquica.
Si el afecto es energía, y la energía se almacena en forma de dinero, ¿afecto es igual a dinero?
Tirando de refranero:
-¿Por qué me quieres Andrés?
Por el interés
-¿Y por qué más?
Porque me das.
Referencias:
 Más amor y menos química - Carolina García . Ed. Aguilar, 2010.